domingo, 13 de marzo de 2011

¿Fin del disfraz...?

¿Enterramos las máscaras o las cambiamos por otras…?
Atrás quedaron esos años de dictadura en los que los carnavales eran fiestas prohibidas e incluso perseguidas… Afortunadamente, desde que nos ganamos el derecho a expresarnos libremente, el que más y el que menos desempolva el disfraz más adecuado y se abraza a la calle dispuesto a vivir unos días de diversión y desenfreno, hasta el miércoles de ceniza, en el que con el entierro de la sardina concluyen las fiestas con los “cristianos” metidos en cuaresma, y sin tiempo material para la desintoxicación, se preparan un año más para recibir fervientemente a esa semana denominada “santa”.
Yo, que asisto entusiasmada y voluntariamente año tras año al desfile de comparsas y carrozas porque llevo el carnaval metido en vena, no puedo dejar de preguntarme, cuarenta días después, cuando pasan las procesiones por debajo de mi balcón, qué papel pintan en las cofradías las mismas personas que componen las peñas carnavaleras, porque en el pueblo donde vivo, hablar de cofrades y de peñas, es hablar casi íntegramente de los mismos componentes.
Me reconozco atea, y para mí, mujer sin fe religiosa donde las haya, las procesiones y los pasos de Semana Santa no tienen más significado que el espectáculo que despiertan. Así lo siento y así lo vivo, sin más creencias ni emociones. Tal vez, por esa sinceridad con la que me confieso “no creyente” y desde esa transparencia, no puedo evitar que se me revuelva la bilis cuando veo a los cofrades encapuchados hasta la cintura, en santa devoción marcando el paso, con una disciplina como si les fuera media vida en ello… Es entonces cuando pienso con sarcástico convencimiento: ¿Se han quitado la máscara o han cambiado un atuendo por otro mientras la juerga continúa…?
Teniendo en cuenta que una fiesta es cristiana y otra pagana, y que la Santa Madre Iglesia no comulga con esta última, me sigue resultando más que curioso que sean los mismos personajes los que promueven con el mismo entusiasmo ambas celebraciones… ¡Los mismos perros con distintos collares! así es como lo veo, y de no ser que lo único que se persiga sea el espectáculo y el protagonismo bajo cualquier nombre, francamente, no lo entiendo, porque desde el punto de vista de la fe, para mí, y creo que para la Iglesia, son incompatibles.
Si viviera en Sevilla, por ejemplo, creo que lo más positivo que sacaría de esas fechas que se avecinan sería la sustanciosa cuantía del arrendamiento del balcón, pero como en el fondo aquí la fe escasea más allá de las apariencias y el qué dirán, me conformaré con observar la parafernalia un año más, con las ventanas bien cerradas, eso sí, para que no se me cuele la hipocresía que pregonan bajo los cirios.

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